jueves, 3 de mayo de 2012

Un bien imprescindible

18-12-2005 01:39:49 El árbitro es un baluarte del baloncesto que jamás puede morir. Sin él, el baloncesto muere como deporte de equipo. Todo el mundo estará de acuerdo: Si un partido quiere disputarse, el árbitro es imprescindible. Puede que un equipo no se presente; ganará el otro. Pero para constatar que un partido se ha jugado tiene que estar el árbitro (los auxiliares los considero del equipo arbitral, que conste en acta). Un entrenador es prescindible (puede firmar un capitán y juegan); un jugador, también, pero un árbitro, no. Si no hay árbitro, se repite un partido las veces que haga falta, salvo que queramos jugar con máquinas o como máquinas. Entonces, deberíamos cambiar la denominación a este deporte. Me he tirado toda mi infancia, adolescencia y juventud escuchando la misma serenata: “El árbitro es un MAL NECESARIO”. Mis seis hermanos y yo teníamos `cien mil´ partidos federados y, por tanto, catorce árbitros semanales de los que hablar; ningún informador de árbitros podía ver tantos partidos como nosotros. Por si era poca la relación que manteníamos con el arbitraje, contábamos con una persona en la familia que, para colmo, se dedicaba a este deporte profesionalmente como entrenador. Él árbitro de baloncesto ya formaba parte de nuestras vidas desde que nacimos. Actualmente el árbitro es una `especie protegida´: hay muy pocos y la estadística (al menos en Madrid, mi ciudad) dice que descienden vertiginosamente cada año. Por eso, son más imprescindibles según pasa el tiempo. Y son un bien para nuestro deporte muchos de ellos, porque los hay muy buenos… El que destaca arbitrando no tiene nada que envidiar a otro deportista. Otro tópico malintencionado es que el árbitro es un jugador frustrado. Incierto; he visto a personas amar esa vocación, invertir muchísimo tiempo en las carreteras y en los campos. Así las cosas, me parece imposible pensar que haya, en general, intereses de otro tipo que no sea el de hacer una labor de la manera más honrada posible. Muchos tendrían que aprender del compromiso del árbitro con este deporte y trasladarlo a actividades de sus propias vidas. Como en botica, hay de todo, y algunos árbitros no han tenido un gran aprendizaje ni como jugadores ni como entrenadores. Sin embargo, a muchos pueden envidiárseles el autocontrol del que hacen gala; aprendiendo eso, podrían rendir mejor en la pista o a la hora de plantear un partido. Desde mi punto de vista –ex jugador, entrenador y árbitro en activo– considero que el problema del arbitraje es grave: es el que más se sacrifica y el que menos obtiene. Eso de que el árbitro nunca gana ni pierde es otra leyenda: gana o pierde continuamente, y en menor espacio de tiempo que un entrenador o jugador. Él árbitro no tiene segundas oportunidades y no se le olvida ni a él ni a sus responsables lo que sucede desde el minuto uno. Un equipo trabaja hacia una victoria global, en pos del triunfo final y en búsqueda permanente del olvido de la tensión, vencer al sufrimiento que genera la incertidumbre del baloncesto y que ningún deporte es capaz de segregar (aquí me acuerdo de lo de la `droga´ de Pinedo). El árbitro jamás puede agarrarse a ese consuelo de ganar al final porque no lo tiene. Al árbitro lo matamos todos. Desde el primer educador del jugador que es el padre (menudo papelón), hasta el último espectador, pasando por el comportamiento en el propio campo de jugadores y entrenadores. Si la salud es lo más preciado en la vida de un ser humano, la salud del baloncesto es tener árbitros (buenos y malos, inevitablemente) o acabará enfermando hasta morir. Para los creyentes, el padre podría ser el entrenador en un campo; el hijo, el jugador, y él árbitro, por supuesto, EL ESPÍRITU SANTO. Así es de importante. El arbitraje puede llegar a ser una de las mejores las formaciones. Arbitrar es muy bonito, tanto como puede ser jugar o entrenar. Querer es poder. Arbitra si quieres. Da mucho. Jugar y entrenar nunca aportan lo mismo. • NOTA: En memoria de Inmaculada Portalo (d.e.p.), una compañera que se fue cuando se trasladaba para dar servicio a los demás.

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