miércoles, 13 de octubre de 2010

Entre pecho y espalda

Debato mucho con mi amigo badalonés Gerard Pastor Vives sobre la conveniencia de que siga siendo jugador de baloncesto. Le digo siempre que es inigualable el disfrute que obtendrá de su actividad y que cuanto más tarde lo deje, siempre que se vea con fuerzas y aptitudes, no elija otra cosa relacionada con este deporte. Es un júnior de segundo año que se le pasan ya, como a otros jóvenes, pájaros por la cabeza para ser entrenador cuando todavía le queda mucho que disfrutar y mucha juventud por delante.
Hace unos días una madre que había llevado a su hijo al campus de Sierra Nevada de Estudiantes en verano me comentaba algo asustadiza que a su vástago lo que más le había gustado era la actividad del taller de arbitraje que impartimos desde hace ya siete años en tierras granadinas.
Me llamo la atención que se asustara de que a su hijo pequeño le gustara la figura del árbitro tan pronto. Tal vez, y sólo tal vez, el exceso de proteccionismo hacía su hijo y lo mal que todavía se ve a este gremio en “nuestro mundillo” entre padres (que han visto o jugado “otro” baloncesto) conlleva un riesgo para la elección libre de su hijo para elegir él mismo lo que más le puede gustar y no necesariamente seguir los pasos de sus padres o de la gran mayoría de las personas que siguen proyectando sus vidas en la de sus hijos cuando la realidad nos indica que jamás podrán ni soñar en que se convertirán. Y sólo buscan que su hijo ocupe una posición en que se les respete y la de árbitro no entra en “sus planes”.
En 1991 quise ser entrenador y realice mi primer curso de entrenador cuando tenía 18 años. En 1992 también realice mi curso de árbitro pues quería realizar ambas actividades por igual.
Aquel 1991 fue el año que vimos fallecer a todo un mito de este deporte en el banquillo de una manera cruel, valiente pero innecesaria y temeraria. Ignacio Pinedo fallecía en el banquillo del Real Madrid un 20 de marzo y aquello yo lo viví como un acto de valentía y creí ver morir “al torero que sale a la plaza” (adolescente todavía y pardillo era yo) pues conocía la intención de Ignacio de querer “morir con las botas puestas” tras superar hasta en tres ocasiones un cáncer.
Lo que no sabía es qué un solo año después (1992) empecé a escuchar en boca de una hermana médico misionera palabras como: “angina de pecho”, “by-pass”, “stent”, “arteria circunfleja” y esos términos que no me interesaban en nada, para poderme explicar lo que le ocurría a un familiar mío que salvaba la vida de milagro en Bilbao en unas circunstancias “algo” parecidas a la triste noticia de Pinedo.
Siempre me inculcaron que estas personas eran ganadoras, que todo lo que hacían era exitoso y yo quería emularlas. Pobre de mí y menudo camino acababa de elegir.
Está claro que se habían sometido, entre pecho y espalda, a un duro trabajo y habían realizado excesos de estrés en este deporte y en este puesto de entrenador tan desagradecido, ingrato y cruel, era su pecho en forma de corazón el que terminaba sufriendo toda esa exacerbada pasión. Uno murió, otro sigue vivo porque no tenía esas “botas puestas” absurdas en el momento, pues seguro hubiera seguido lo mismos pasos. Los dos compartían filosofías pues el segundo fue asistente del primero en Estudiantes años ha…
El tiempo pasa demasiado deprisa y han pasado casi dos décadas. Creo que los entrenadores somos eternos perdedores después de pasado este tiempo y después de reflexionar demasiado sobre su figura y mis vivencias también. Jamás recibes todo lo que das, ni siquiera tu satisfacción intrínseca compensa el sacrificio que llevas a cabo. Con veinte años no se ven las cosas igual que superado el ecuador de la treintena y ahora pienso que el entrenador ocupa un lugar muy relegado en nuestro deporte. Su pecho lo aguanta todo y todo lo que ahí se queda se acumula en pérdida de salud.
En el otro lado (la espalda) está el árbitro del siglo XXI (al del XX le deben la lucha de donde están) y creo, sinceramente, y, después de mucho tiempo practicando ambas actividades, que para el entrenador son tiempos revueltos y que el árbitro le está comiendo terreno tanto en recompensa en lo deportivo, económico y hasta de preparación(al menos en formación amateur). Hay más árbitros en época de crisis y hay menos entrenadores titulados y preparados. Los no titulados siguen ocupando puestos de entrenador superior por lo que todo es todavía más absurdo.
Un árbitro dudo que sufra lo que un entrenador. Sufrirá en 40 minutos posibles insultos y menosprecios de algún/os tipejos que aparecen de vez en cuando que ni conoce (“¿hace daño quien quiere?”) pero en cuanto acabe el partido, ese partido se lo echa a la espalda(nunca al pecho) si no hay incidencia alguna.
Y pasara a la siguiente faena sin que su corazón tenga que sufrir porque ganes, pierdas, tus jugadores estén contentos o no, los padres les caigas de una manera u otra, si hay problemas con algún tipo de incidencia post partido o si fulano quiere más protagonismo en un partido. Te podrás ir a tu casa con mejor o peor sabor de boca pero SOLO te aguantas a ti mismo y tu conciencia. Algo superable y más llevadero si es que las cosas no te han ido bien, pero lo normal es que te eches todo a la espalda. Para un árbitro no existe el término “entre pecho y espalda”. Tiene las espaldas bien cubiertas si aplica psicología en su actividad y sabe cómo se aplica un reglamento o como no llegar a complicarse con el mismo (eso es un arte también cuando se conoce mucho el juego)
Entre el pecho (del entrenador) y la espalda (la del árbitro) se encuentran órganos que matan. Desde la perspectiva de este último sólo hay diferencias de cultura de este deporte en la sociedad todavía más cercana “al espectador del partidillo de las cinco de la tarde de fútbol” que de un deporte que todavía considero es muy desconocido para muchos más espectadores que tenemos (más licencias, menos nivel, más demanda de entrenadores y más padres). A mí me gustaría escuchar, realmente (como entrenador y árbitro de formación que soy) a un padre/madre cuando se sube a un coche de vuelta a casa y habla de un partido con su hijo/a. ¿Se seguirá realmente acordando del árbitro que igual no ve más en todo el año o, sinceramente, hablaran a su hijo/a del entrenador que “aguantan” toda la semana y del cual depende de que su “diamante” siga jugando? Creo más en lo segundo por innumerables comportamientos vividos post partido tanto vestido de calle como de gris.
Entre el pecho y la espalda sólo tienes que elegir qué lugar quieres que sufra más en tu cuerpo.
(…)Mi sueño es que los jugadores solucionen ellos cada situación, porque durante el partido tengo poca capacidad de intervención. Si dispones de los cuatro o cinco jugadores importantes, puede llegar a pasar. Algunos, sólo con hacer un gesto ya lo cogen. Porque yo no tengo tiempo de intervenir. Yo, en el fondo, durante el partido sólo intervengo en el descanso, no tengo posibilidad para estar, no me oyen, no me escuchan (…) Pep Guardiola. Entrenador F.C. Barcelona. En “El periódico”. Lunes 4 de octubre de 2010.

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